Antes de la invención de las baterías para automóviles, arrancar un motor era un proceso manual y laborioso.
El método más común era la manivela de arranque, donde el conductor insertaba una manivela en la parte delantera del motor y la giraba para poner en marcha el cigüeñal, un proceso que requería mucha fuerza y coordinación. Además, algunos vehículos utilizaban motores de inercia, donde un pequeño motor giraba un volante de inercia que luego se conectaba al cigüeñal del motor principal.
En motores diésel, se recurría a la compresión para arrancar, aumentando la presión en uno de los cilindros hasta provocar la combustión. También existían arrancadores por explosión, que utilizaban cartuchos explosivos para generar una ráfaga de gas que movía el pistón del motor.
Finalmente, en situaciones de emergencia, se usaba el método de arranque por empuje o remolque, donde el vehículo era empujado hasta alcanzar una velocidad suficiente para que el motor girara y se encendiera al soltar el embrague.
Estos métodos reflejan la inventiva y los desafíos de una era anterior a la comodidad de los arrancadores eléctricos.